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De centennials a pandemials: el futuro truncado de los jóvenes en América

 

EL PAÍS hace un recorrido a través del continente para conocer los efectos de la crisis del coronavirus en la generación Z. El aislamiento y la precarización laboral han dejado sus planes en suspenso

 

De centennials a pandemials: el futuro truncado de los jóvenes en América

Experiencia BCP

EL PAIS

Clases online, escuelas cerradas, proyectos que se caen, primeros trabajos que no llegan y empleos cada vez más precarios: la crisis económica causada por la pandemia está golpeando especialmente a los jóvenes. A la generación más hiperconectada, los centennials o generación Z —como se conoce a los nacidos entre 1996 y 2010—, el coronavirus los ha obligado a volcar su vida al mundo virtual por las cuarentenas y ha dejado sus futuros y sus planes en el aire. Según una investigación de la organización Cuso Internacional basada en datos de Naciones Unidas, una de cada seis personas entre 18 y 29 años se quedó sin trabajo en América Latina y el Caribe desde el inicio de la pandemia, mientras que otras muchas vieron cómo sus empleos se hacían cada vez más precarios. Además, muchos estudiantes se vieron obligados a dejar sus estudios por falta de recursos o por la imposibilidad de seguirlos en internet.

Pero si la pandemia ha golpeado a todas las naciones en mayor o menor medida, la salida se presenta mucho más desigual en función del lugar de residencia y la clase social. En Estados Unidos, la vuelta a la normalidad total se vislumbra cercana con un plan de vacunación masivo y una inyección de efectivo a la economía en forma de ayudas. Allí los jóvenes, como el resto de la población, empiezan a ver la luz. En la mayor parte de la región, sin embargo, el impacto no parece tener un fin próximo y la entrada en el mercado laboral para quienes buscan su primer empleo se presenta más difícil que nunca. La respuesta frente a esta situación también es diferente en función del presente que vive cada país, de la antigüedad de sus crisis y de la cantidad de malestar acumulado en sus sociedades: mientras que en Colombia y Perú los jóvenes han salido a las calles para liderar protestas que han cristalizado el descontento social en los últimos meses, otros se las ingenian como pueden para salir adelante y adaptarse.

Por muy frías que sean, las estadísticas provocan titulares que marcan la historia de una nación. La pandemia que paralizó prácticamente el planeta a principios de 2020 empujó a millones de jóvenes adultos (18-29 años) a mudarse con sus padres, bien porque las universidades donde estudiaban cerraron sus puertas e instauraron las clases online o bien porque de repente se vieron sin trabajo.

Según datos del Pew Research Center, antes de 2020, el valor más alto del que hay constancia es de 1940, hacia finales de la Gran Depresión, cuando el 48% de los jóvenes adultos se vio obligado a retornar a casa de sus progenitores debido a la debacle económica que también fue mundial y que se tradujo en altas tasas de desempleo, el hundimiento de la clase media, la caída del consumo y una crisis social sin precedentes.

En julio de 2020, el 52% de los jóvenes adultos residía con uno o dos de sus padres. En el año 2010, esa cifra rondaba el 40% y en 2000 apenas rozaba el 36%, siempre según datos del Pew Research Center. Esa franja de población entre los 18 y los 29, recién licenciados o profesionales en los inicios de sus carreras, se encontraban con que las empresas prescindían de sus servicios de un día para otro y sus planes quedaban aparcados.

“Al principio nos lo tomamos como unas largas vacaciones de primavera”, relata Julian Wallentin, un joven de 23 años recién cumplidos que logró graduarse en 2020, durante uno de los peores picos de la pandemia. En la recta final de su último año en la Northwestern University en Chicago, comenzó el aislamiento y la educación online. “No había clases, no teníamos responsabilidades, era casi hasta emocionante”. Hasta que la dura realidad caló en él y los compañeros con los que compartía apartamento. Varios de ellos tuvieron que regresar a casa de sus padres. Wallentin permaneció hasta julio. No hubo fiesta de graduación. Las familias, orgullosas, se quedaron sin la fotografía para la posteridad. Nadie pudo lanzar su birrete al aire como tradicionalmente se hace en las universidades de EE UU.

Publicado el Viernes, 25 de Junio de 2021

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